Sacado del Anuario 2001

Inmigración, Religión Mennonita y Nación bajo el Gobierno de Morinígo
Dra. Milda Rivarola (1)

En la primera mitad de la década del `40, definida por el Gral. Rufino Pampliega (entonces Ministro del Interior) como „la época de mayor penetración protestante en el Paraguay", surgieron manifestaciones de intolerancia religiosa, enmarcadas por la ideología nacionalista imperante desde la posguerra del Chaco. Una interrogante es en qué grado estas manifestaciones de rechazo afectaron las comunidades mennonitas y sus iniciativas misionalizadoras.

El primer evento parece haber sido un conflicto en Areguá: en junio de 1944 un hecho violento revolucionó la plácida aldea veraniega. Cuando un grupo mormón comenzó allí a predicar la palabra, el padre Palau (de la orden bayonesa) lideró una agresiva campaña intimidatoria, provocando sanciones sociales y económicas contra los nuevos conversos por parte de sus compueblanos católicos.

Pero cuando la nueva comunidad de los Santos de los Últimos Días estaba por inaugurar su pequeño templo, el cura párroco apeló a medios más expeditivos. Una „comisión garrote" encabezada por el mismo y compuesta de decenas de aregueños irrumpió en medio del culto: rompieron la Biblia, arremetieron a golpes y patadas contra el pastor y los asistentes, destrozando el lugar. Ante la formal protesta del „Obispo de los protestantes", el Gral. Pampliega tomó cartas en el asunto y el irascible sacerdote fue trasladado a otra jurisdicción.

Poco más tarde - probablemente a instancias del Arzobispo Juan S. Bogarín - el Gral. Morínigo emitió un decreto el 13 de abril de 1945, reglamentando el ejercicio de cultos en el país. En su artículo primero, el Dcto. Ley No. 8.219 resolvía „El culto correspondiente a todas las religiones debe realizarse exclusivamente dentro de los respectivos templos o lugares especialmente habilitados por las autoridades nacionales, excepto el culto de la Religión Católica, que el Estado protege en esta República de acuerdo a la Constitución".

El petitorio de reconsideración de dicho decreto elevado al Dr. Horacio Chiriani, Ministro de Relaciones Exteriores y Culto por la Comisión Central Evangélica el 21 de mayo, interpretó que el artículo constitucional declarando a la Religión Católica como religión oficial no prohibía el ejercicio de otras religiones, recordaba que el Paraguay firmó la Carta del Atlántico y la Declaración de México sobre libertad religiosa, y consideró nulo el decreto por oponerse a la constitución y los tratados internacionales vigentes.

La polémica suscitada por esta demanda permite detectar el grado de rechazo hacia las religiones protestantes que campeaba en Asunción. Un primer artículo firmado con el seudónimo Vindex refutó las argumentaciones de los evangélicos, y los acusó de hacer „burla del dogma católico, atacando nuestras creencias en la Eucaristía, en la confesión...". Agregó „la paciencia, la prudencia y la caridad cristiana de este pueblo (...) ha contrastado siempre con la agresividad inmotivada de los predicadores protestantes", a quienes acusaba de haber „venido a romper entre nosotros, la unidad espiritual de que gozábamos, sembrando entre la gente sencilla la cizaña de sus doctrinas".

El articulista les negaba autoridad para misionalizar, sosteniendo que el precepto bíblico de „id y predicad el Evangelio" no lo dio Jesucristo a los „protestantes que nacieron en el siglo XVI" sino a los apóstoles católicos que „legítimamente le sucedieron en el ministerio de la palabra" y terminó calificando la demanda de „intolerable presunción".

Una carta al Director de El Paraguayo, firmada por C. Fernández, hizo una militante defensa de la religión católica, „tradicional de nuestra patria", „la que ha impreso un sello imborrable en nuestra historia" y acusó a los protestantes, „irresponsables, que olvidando los deberes elementales de cortesía para con el país que les da albergue generosamente, tiene la osadía de atacar en plazas públicas a la Religión Oficial del Estado". Según él, el Estado tenía derecho a reglamentar „el proselitismo callejero de las sectas exóticas".

La argumentación cayó fácilmente en xenofobia, „casi todos esos predicadores son extranjeros o asalariados con dinero extranjero", y justificó las violencias ocurridas contra los pastores porque „se ha abusado de la paciencia de nuestro bondadoso pueblo, que tolerará cualquier injusticia, menos que se le toque el tesoro de la religión católica, que es la religión de sus padres y la de su Historia".

El Decreto 8.219 era, según él, „una oportuna y lógica defensa de la unidad religiosa del Paraguay, unidad que es uno de los elementos constitutivos históricos esenciales de nuestra nacionalidad". El presbítero Julio Laschi González, párroco de Arroyos y Esteros, uno de los incriminados por el uso de violencia física contra centros de predicación en el petitorio de la Comisión Central Evangélica, intervino con una iracunda Solicitada, „El Decreto 8219 y los Hijos de Lutero, o sea, una de las tantas Mentiras Protestantes". Era incapaz de permitir que „aventureros protestantes pisoteen a mansalva el honor sacerdotal, en tierra de católicos, ni que unos pobres emisarios extranjeros insulten gratuitamente a un ciudadano paraguayo".

El cura Laschi no ahorró adjetivos para referirse a la „mala fe de los herejes protestantes", responsables de la „enorme e irritante calumnia lanzada a la faz de todo nuestro pueblo paraguayo, tan católico y tan amante de sus sacerdotes". Deplorando la „desfachatez" de los „mercenarios a sueldo del extranjero", negó la existencia de violencias contra los „herejes protestantes (...) de la Compañía Yhacá". Acusó luego a las autoridades de A° y Esteros que „se inclinan a favorecer al grupo herético, en abierta violación de sus obligaciones de autoridades de una nación católica", y denunció que el pastor protestante fue nombrado como „maestro inconstitucional" de la escuela pública de esa compañía...

Días más tarde el sacerdote jesuita José Pedrosa intervino en el debate, introduciendo conceptos teológicos y jurídicos para concluir que los pastores de la „secta" evangélica no hacían culto religioso - en sentido estricto - en las calles sino propaganda, y por ende el decreto en cuestión, destinado a evitar „los bochornosos y desagradables incidentes a que ha dado lugar la propaganda poco prudente de esta secta" no menoscababa la libertad religiosa ni afectaba las garantías constitucionales.

Ciertamente, la controversia no afectó - ni indirectamente - a las comunidades mennonitas, que en términos demográficos eran la principal comunidad protestante del país. La incipiente misionalización con los Lengua - Luz a los Indígenas surge en febrero de 1935 - se inscribía en la tradición evangelizadora de indios en el Chaco, comenzada por los anglicanos en el siglo anterior. Los indígenas eran apenas considerados ciudadanos en esos años, y la preocupación católica se limitaba al proselitismo religioso en áreas urbanas y rurales „paraguayas".

De cualquier modo, el primer artículo de la Ley 514 (26.VII.1921) establecía claramente para los mennonitas el derecho a „Practicar su religión y culto con entera libertad, sin ninguna restricción" y el interés por incentivar con estos privilegios nuevas corrientes de inmigración mennonita no disminuyó en los sucesivos gobiernos, liberales, nacionalistas o militares, a lo largo de cinco décadas (1920-1970).

A inicios de 1945, cuando estallaba la polémica anti-protestante, sólo un inocente artículo sobre „La región Militar del Chaco y la colonización mennonita" aludió a los mennonitas. El editorialista loaba las gestiones del Comando militar del Chaco, quien había logrado el envío de técnicos y productos insecticidas a las colonias. Esta cooperación surgió ante demanda de la Administración de la Colonia Fernheim, cuya producción agrícola había sido recientemente afectada por plagas.

Si los colonos mennonitas no parecen haber sido considerados - durante esta campaña de intolerancia - como protestantes, tampoco fueron percibidos como inmigrantes de origen y lengua germana, a juzgar por la excepción que con ellos se hizo de las sanciones aplicadas a inmigrantes alemanes y japoneses por el gobierno a fines de la II Guerra Mundial.

El 11 de abril de 1945 el Gral. Morínigo (después de haber declarado la guerra a los países del Eje) creó por decreto zonas de internación para inmigrantes de origen alemán y japonés en las colonias Independencia, Obligado, Hohenau, Nueva Germania y La Colmena. Ninguna colonia mennonita fue afectada, pese a los eventos „germanófilos" ocurridos en algunas de ellas antes y durante el conflicto bélico mundial.

La presencia de un pequeño y agresivo grupo nacional-socialista en las colonias mennonitas data de la primera mitad de la década del `30, cuando hasta el embajador alemán Von Wedel admitió que el comportamiento de los nazis de las colonias „no había sido siempre correcto" contra sus adversarios, por lo que debió reprimir la „inoportuna arrogancia e intolerancia de los jóvenes elementos pertenecientes al partido".

Hacia 1935 no había solo focos nazis en las colonias mennonitas sino también remanentes del Frente Negro (Schwarze Front), un grupo liderado por Bruno Fricke, el antiguo miembro de las S.A. convertido al antinazismo junto a Otto Strasser. El pastor Marczynski, „Representante de la Iglesia Evangélica Alemana para los países del Plata", luego de recorrer las colonias, sostenía con alguna exageración en un informe de ese año que „quizá no exista una colonia de alemanes del extranjero que, como la de los ruso alemanes mennonitas <del Paraguay> haya saludado con tanta euforia la revolución nacional-socialista".

Si la tal „euforia" existió no era generalizable, dado que los inmigrantes de origen canadiense de la Colonia Menno tenían más bien posiciones antifascistas. Dos años más tarde el Dr. Herbert Wilhelmy - propagandista del gobierno de Adolf Hitler - justificaba el escaso interés por el régimen de Hitler debido a la „falsa comprensión" del nazismo por los mennonitas. Wilhelmy se dedicó a activas „campañas de concientización", cuyo carácter político despertó rechazo en muchos colonos.

Escaso antisemitismo e intenso antimilitarismo mediante, los mennonitas no parecían ser el público ideal para la difusión del fascismo. Pese a todo, en la Colonia Fernheim el profesor Unruh y el maestro Fritz Kliewer - ex becario en la Alemania del III Reich - se dedicaron con pasión al adoctrinamiento nazi. En enero del `37 Unruh denunciaba a Berlín la oposición a „la germanidad y el nacionalsocialismo" del predicador Peter Klassen, quien se había opuesto públicamente al „Hitlergruss" (el saludo nazi) por principios religiosos.

La propaganda política dio algunos resultados, y en mayo de 1939 viajaron a Alemania dos grupos de mennonitas (veintiséis jóvenes entre 15 y 26 años, entre los cuales había 5 mujeres), considerados por el embajador Buesing un „importante y valioso material humano" para los fines del nacionalsocialismo. En marzo de 1944 un „atraco" llevado a cabo por jóvenes nazis de Fernheim dejó heridas cortantes de machetes y contusiones en varios colonos „opositores", luego de lo cual fueron expulsados de la colonia los dirigentes de „ambos bandos". En esos años se formó en la Colonia Fernheim la „Bund-Deutscher Mennoniten", clausurada recién luego de la derrota alemana en la II Guerra Mundial, en septiembre de 1946, por sus tendencias nazi-fascistas.

Las críticas contra los mennonitas surgieron recién a fines de marzo de 1946, luego que el Departamento de Tierras y Colonización (D.T.C.) confirmara la vigencia de la Ley 514 de 1921, ante la perspectiva de una nueva corriente inmigratoria. De acuerdo a Elvin R. Sauder, representante del Comité Central Mennonita, unos 6.500 nuevos inmigrantes deseaban afincarse en el país. Una editorial de La Tribuna - „Mosaico de comunidades excluyentes"- deploraba el aislamiento de estas colonias, las que „excepto por su carácter religioso" en „poco o nada se diferencian de las alemanas o japonesas", aisladas del mundo exterior por motivos „racistas".

La alusión a nacionalidades hace poco derrotadas en la II Guerra no era gratuita. Líneas más adelante, el editorialista sostuvo que el Paraguay no sólo necesitaba aumentar la producción agrícola, sino que „sus habitantes agricultores, de una concepción aún rústica, reciban la `educación de las cosas' de inmigrantes que NO SE AÍSLEN, que en convivencia con ellos y ENTRE ELLOS le enseñan con el ejemplo" las modernas técnicas agrícolas. „Nuestra población debe constituir un crisol de razas amigas y no un mosaico de colectividades racistas o religiosas, exclusivistas y excluyentes en nuestra realidad étnica nacional", por lo que propone fomentar más bien la inmigración de otros grupos sin „recelos aislacionistas".

El tono de la editorial motivó una respuesta más bien inócua del Dr. Mario Mallorquín, Director del D.T.C., quien sin refutar los argumentos periodísticos, se limitó a presentar aspectos legales de la política inmigratoria nacional. La probabilidad de nuevos flujos mennonitas pudo haber apresurado la promulgación del Dcto. Ley 13.979, en marzo del `48, que concedía un régimen de franquicias más favorables a la inmigración.

En 1947/48 unos 2860 mennonitas de Ukrania salieron de Bremerhaven (Alemania) y arribaron a Paraguay poco después, para formar o engrosar posteriormente las colonias de Neuland (Chaco), Volendam (San Pedro).

Un artículo de Juan E. Martens, titulado „Las colonias Mennonitas, un Estado Independiente dentro del Paraguay", agregó elementos a la controversia algún tiempo más tarde. Pese a ser una opinión aislada, el texto es relevante por ser uno de los escasos informes sobre las comunidades mennonitas dados a conocer al publico en la época. Martens había recorrido las colonias del Chaco recientemente, y se explayó largamente sobre ellas. Las colonias (Menno, Fernheim y Neuland) del Chaco más las tres de la región Oriental sumaban en la época „97 pueblitos" con una población aproximada de 9.000 habitantes.

La Colonia Menno era „la más atrasada en lo que a civilización se refiere", sus 3.500 habitantes vivían en el siglo XVIII o XIX, la ignorancia y „el embotamiento intelectual de la juventud es absoluto" y „su mentalidad no pasa de ser la de un niño grande". La moral, confundida con la religión y la administración de justicia, se „aplica despiadadamente y a veces con injusticia, llevados por el fanatismo de ancianos y mujeres".

El carácter medieval de la comunidad mennonita era para Martens indudable, vivían en cerrada endogamia (por la prohibición de contraer matrimonio con personas de religión distinta), y quien tuviera veleidades renovadoras era considerado „la peste en persona, la morada del diablo en esta tierra. Difamado, calumniado y expulsado..." Reprochó además a los colonos la deficiencia de su sistema educativo, con programas diferentes a los que regían la educación pública paraguaya.

Criticó también la política lingüística, ya que „es posible que hayan <apenas> 20 personas que estén en condiciones de mantener una conversación común en castellano", mientras todas las restantes „ni el saludo pueden dar en ese idioma". „El gobierno es totalmente autónomo del nacional, y la justicia o injusticia es administrada de acuerdo a su estrecho criterio nacional. La vida, (...) en estas condiciones, es muy triste".

Su juicio sobre la Colonia Fernheim era algo más favorable debido a que ésta alcanzó „cierto grado de progreso", contaba con algunas industrias y una escuela secundaria. Los abusos cometidos por motivos religiosos no eran „tan acentuados" como en Menno, aunque también allí el desconocimiento del español afectaba cerca del 90% de la población.

Martens recordó las actividades nazis de colonos durante la II Guerra Mundial, señalando que uno de sus dirigentes, Kliewer, se preciaba de ser „el pequeño Hitler" y exigía obediencia de los demás mennonitas. Mencionó un detalle - real o imaginado - que debió herir susceptibilidades locales: en esa colonia los „nacionales (...) reciben el bonito calificativo de MONOS, y el Paraguay, PAIS DE MONOS (Affenland)".

Al confundir religión con nacionalidad, estos inmigrantes alimentaron „su orgullo prepotente, su desprecio petulante, su aislamiento y terror a la mezcla" con los paraguayos. Luego de exacerbar la indignación de sus lectores, el autor pedía revisar los privilegios concedidos en 1921, que los mennonitas no encontraban - según él - en ninguna otra parte del mundo.

Su descripción de Neuland es todavía más crítica: allí los colonos „han echado por tierra la religión, en cuanto al antimilitarismo" se refiere, ya que en la guerra mundial última habían „combatido salvajemente en los ejércitos de Hitler. Y si cabe prestar oídos a testigos oculares (...) han sido feroces. Pero es claro, ahora que están en el Paraguay, han vuelto a ser religiosos y se cobijan cómodamente en el no-militarismo".

Martens terminaba el polémico articulo exigiendo que se haga „más nacionales, más paraguayas" a las colonias mennonitas, „a través de la derogación de privilegios concedidos legalmente a estos colonos en la década del `20". Su argumento debió ser bien efectivo en el caldeado ambiente de posguerra: para esta integración nacional la religión no sería un problema, como „la última guerra <mundial> lo demuestra".

Las interrogantes iniciales continúan irresueltas. A nivel oficial estas opiniones adversas no tuvieron eco, y la inmigración mennonita continuó llegando al Paraguay libre de sanciones legales, sociales o religiosas. Ni la fiebre de intolerancia religiosa, ni los precedentes de infiltración nazi afectaron la percepción gubernamental o social sobre las comunidades mennonitas.

Una de las razones puede consistir precisamente en el carácter cerrado de las colonias, esa suerte de encapsulamiento geográfico y social que les permitió mantenerse aislados - y bien protegidos - de los eventos exteriores. Lo que sucedía dentro de las colonias difícilmente podía afectar la realidad paraguaya, y viceversa.

Otra línea de explicación sería el buen relacionamiento que los mennonitas mantuvieron con los gobiernos nacional-revolucionarios (1936-1948), en curiosa continuidad de la mantenida con los anteriores gobernantes liberales. Las raíces - religiosas, históricas o ideológicas - de este posicionamiento restan por estudiarse. Las fuentes escasean, pero en el mensaje enviado al Gral. Estigarribia, electo presidente en 1939, los anabaptistas deseaban al presidente militar la bendición de Dios, asegurando que intercederían con sus ruegos por él, y terminaban con la promesa de ser „fieles y leales ciudadanos del país".

Seis años más tarde, en Friesland (fundada en 1937 en el Dpto. de San Pedro) otro General-Presidente, Higinio Morínigo, que también gobernó el país bajo sistema totalitario, fue recibido por los colonos con leyendas tales como „Viva el Superior Gobierno de la Nación", „Viva el protector de la Agricultura Paraguaya".

En su discurso de bienvenida, el Sr. Cornelio Walde sostuvo que „nuestra Colonia simpatiza en forma sincera y entusiasta con el actual superior gobierno, en su abnegado trabajo en pro de una patria grande y próspera". Recordemos que esta suerte de „entente cordiale" perseveró después, durante la larga dictadura de Stroessner, sin ser desviada por ningún evento.

Tampoco debe soslayarse ese sentimiento de gratitud (especialmente intenso en la posguerra) que los paraguayos tenían hacia los mennonitas, percibidos como sacrificados colonizadores de un árido territorio que los nativos nunca tuvieron intención de poblar. La confirmación del „usi possidetis" que las colonias mennonitas permitieron al Paraguay en el debate sobre la soberanía, y la cooperación posterior ofrecida por ellas - en términos de bastimentos y asistencia médica - a los combatientes paraguayos durante la guerra del Chaco estaba y sigue estando en la memoria colectiva.

Una última hipótesis explicativa, bastante menos consistente, es que pese a su aislamiento, y de alguna forma extraña, los mennonitas habrían logrado ya en la década el `40 ser percibidos como paraguayos, en mayor medida que los inmigrantes japoneses de La Colmena o los miembros de otras iglesias evangélicas. O como menos extranjeros, como propios y diferentes a la vez. En cuyo caso no sólo habrían sido pioneros en el poblamiento de una región inhóspita, sino también en la más difícil conquista de una identidad plural, múltiple, pluriétnica para el Paraguay del siglo XX.

OBSERVACIONES SOBRE IDENTIDAD

Quiero mencionar algunas reflexiones que me surgieron en el transcurso del coloquio, buscando profundizar el diálogo sobre los problemas de la identidad. En primer lugar, las narraciones de historias mennonitas y paraguayas permanecen bastante cerradas entre sí, como líneas paralelas que nunca se tocan ni encuentran. No se trata de un diálogo de sordos, ni siquiera parece haber tal diálogo.

Tal como es contada, la trayectoria mennonita transcurre desde la década del `30 en el Paraguay, tiene cambios - crecimiento poblacional y económico, llegada de nuevos grupos inmigratorios, crisis política del `44, trasformaciones del sistema educativo, etc. - dentro de un contexto nacional percibido como estático, congelado. Como si la historia mennonita se deslizara sobre un lago helado, o se moviera delante de una escenografía fija y estática, que es la de la historia paraguaya.

Historia nacional que sin embargo, tuvo ella misma muchos cambios (con frecuencia, cambios similares o convergentes) en esas mismas décadas. En la historiografía paraguaya no mennonita, ocurre otro tanto. La historia mennonita se congela en una romántica o anecdótica foto postal, de sacrificados pioneros con sus carretas colonizando el Chaco en la preguerra. Se recuerda alguna colaboración al ejército nacional durante la contienda, pero nunca más vuelven a entrar en la historia nacional.

Hay que tender puentes, narrar esas historias no como líneas paralelas sino como trayectorias sinusoidales que en muchas ocasiones coincidieron y marcharon juntas, para luego divergir o distanciarse unas de otras, antes de un nuevo encuentro. Cada historia, enajenada de la otra, se amputa y pierde riqueza cognitiva.

En segundo lugar, llama la atención que ustedes estén hoy cuestionándose sobre su identidad. En realidad, también los paraguayos-latinos (como dicen aquí) tenemos en la actualidad buenas razones para preguntarnos quienes somos, cómo nos percibimos y nos perciben, qué lugar ocupamos en el orden de las cosas. Aunque esa „crisis de identidad", o más bien esa sed de identidad, no haya sido aún expresada ni asumida como corresponde.

De cualquier modo, la misma concepción tradicional de identidad está en crisis. Ya no existen identidades únicas, „esencialistas", centradas en torno a un solo núcleo. Están fragmentadas, dislocadas alrededor de distintos centros. Mientras aquí se reflexionaba sobre los elementos étnicos o confesionales, a unas cuadras estaba teniendo lugar otro gran acto de afirmación de la identidad mennonita, la inauguración del Rodeo. Allí muchos de ustedes se reconocían y eran percibidos como ricos estancieros, criadores de ganado, industriales o grandes proveedores cárnicos de frigoríficos. Los mennonitas son también eso. Y para muchos observadores exteriores, esa es hoy su identidad primordial.

Por otra parte, percibí cierta dificultad para asumir los eventos políticos, las divergencias o tomas de postura políticas de los mennonitas en las colonias. Como temor a verlas en forma autónoma, como tales, no ocultadas tras conflictos de índole religiosa o personal. Por ejemplo, el conflictivo evento de marzo del `44 -citado en casi todas las ponencias - fue visto por observadores exteriores como un evento político, y de hecho lo era. El maestro Kliewer o el dentista Klassen eran algo más que „agentes" de la política del III Reich o del Comité Central Mennonita: integraban o lideraban corrientes políticas de los colonos en la época.

En el resto del Paraguay y del mundo en esos mismos años, también el fascismo tuvo convencidos adeptos y radicales enemigos, enfrentados entre sí. Probablemente los mennonitas hayan sido percibidos como favorables al régimen de Morínigo, y más tarde, es evidente que se los vio como pro-stronistas durante la larga dictadura del general. Quizá valdría la pena reprensar su historia también como historia política. Porque la identidad no se centra sólo en cuestiones étnicas o confesionales, gira también en torno a posicionamientos económicos o políticos.

Por otra parte, el modo en que una comunidad se percibe y es percibida, las representaciones que tiene de sí misma no son estáticas ni inmutables. Cambian en forma constante, se alteran y transforman ininterrumpidamente. Piensen por un momento en esa imagen que tenían y daban hace medio siglo, las de sacrificados pioneros desbrozando con dificultad los montes chaqueños. Y la que presentan ahora como industriales lácteos, ricos hacendados, prósperos cultivadores de algodón.

En algo más de una década, dejaron de dar la imagen de colonos conservadores, apoyos seguros del régimen de Stroessner, a la de votantes críticos y opositores: los diputados que enviaron a Asunción en las dos últimas legislaturas, y el gobernador que ahora tienen, no salieron de listas coloradas sino de las del Encuentro Nacional. De comunidad cerrada y aislada a educadores y productores cada vez más insertos en la sociedad nacional. En Asunción tiene una cadena de comunicaciones periodísticas, universidades, colegios renombrados, un representante ante el Consejo Superior de Educación.

Las cooperativas mennonitas tienen gran presencia comercial en la capital y en varias ciudades del interior. Y en un reciente seminario que reunía a los cuarenta líderes políticos y sociales reconocidos del país, había ya tres dirigentes mennonitas, en una proporción que excede largamente a su peso demográfico.

La identidad mennonita, como la de muchas otras comunidades, es entonces más difícil de aprehender en la actualidad porque se presenta fragmentada, contradictoria a veces, plural, en constante cambio y movimiento. Y precisamente porque plural y en movimiento, es una identidad hacedora de historia.

Devuelta al Indice

Notas de pie:
Conocida Historiadora y Politóloga en Paraguay. Estudios en Agronomía, Historia y Sociología en Paraguay, Francia y España. Columnista del „Correo Semanal" del diario Última Hora.